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tenido grandor, el grandor de una idea, que va unida á su nombre, á su influencia, á su historia. Los jesuitas sabian lo que hacian y lo que querian, tenian un conocimiento pleno y claro de los principios en que estribaban y del objeto á que se dirigian en una palabra, tuvieron el grandor del pensamiento, y el grandor de la voluntad. » Preguntaremos á Mr. Guizot, ¿cómo es posible que no haya brillo en los planes, ni grandor en las obras, cuando hay grandor de idea, grandor de pensamiento, grandor de voluntad? el genio en sus mas grandes empresas, en la realizacion de los mas gigantescos proyectos, ¿qué pone mas de su parte, sino un pensamiento grande, y una voluntad grande? El entendimiento concibe, la voluntad ejecuta; aquel forma el modelo, este le aplica; con grandor en el modelo, con grandor en la ejecucion, ¿puede faltar grandor á la obra?

Continuando Mr. Guizot su tarea de rebajar á los jesuitas, forma un paralelo entre ellos y los protestantes, confundiendo de tal manera las ideas, y olvidándose hasta tal punto de la naturaleza de las cosas, que se haria muy difícil creerlo si no lo atestiguaran de un modo indudable sus palabras. No advirtiendo que los términos de una comparacion no deben ser de géneros totalmente distintos, pues en tal caso no hay medio de compararlos, pone en parangon un instituto religioso con naciones enteras, y hasta achaca á los jesuitas el que no levantaran en masa los pue

blos, que no cambiasen la condicion y forma de los estados. Hé aqui el pasaje á que se alude: «Obraron los jesuitas por caminos subterráneos, oscuros, subalternos; por caminos nada propios para herir la imaginacion, ni granjearles ese interés público que inspiran las grandes cosas, sea cual fuere su principio y objeto. Al contrario, el partido con que lucharon los jesuitas, no solamente venció á sus enemigos, sino que triunfó con esplendor y gloria; hizo cosas grandes, y por medios igualmente grandes ; levantó los pueblos, llenó la Europa de grandes hombres, mudó á la luz del dia la condicion y forma de los estados: todo en una palabra estaba contra los jesuitas, la fortuna y las apariencias.» Sea dicho con perdon de Mr. Guizot; pero es menester confesar, que para honor de su lógica seria deseable que pudieran borrarse de sus escritos semejantes cláusulas. ¿Pues qué? ¿debian los jesuitas poner en movimiento las naciones, levantar en masa los pueblos, cambiar la condicion y forma de los estados? ¿no habria sido bien extraña casta de religiosos, la que tales cosas hubiera hecho, ni aun imaginado? Se ha dicho de los jesuitas, que tenian una ambicion desmedida, que pretendian dominar el mundo; ahora, poniéndolos en parangon con sus adversarios, se les echa en cara el que estos trastornaron el mundo, y se alega este mérito para deprimirlos á ellos. En verdad que los jesuitas no intentaron jamás imitar en este punto á sus enemigos; y en cuanto al espí

ritu de turbulencia y trastorno, ceden gustosos la palma, á quien de derecho corresponda.

Por lo que toca á los hombres grandes, si se habla de aquel grandor que cabe en las empresas de los ministros de un Dios de paz, tuvieron los jesuitas esas calidades en un grado superior á todo encarecimiento. Ora se tratase de los mas arduos negocios, ora de los mas colosales proyectos científicos y literarios, ora de viajes dilatados y peligrosos, ora de misiones que trajeran consigo los riesgos mas inminentes, nunca se quedaron atrás los jesuitas; antes al contrario, manifestaron un espíritu tan atrevido y emprendedor, que les granjeó el mas alto renombre. Si los hombres grandes de que nos habla Mr. Guizot, son los inquietos tribunos que acaudillando un pueblo sin freno perturbaban la tranquilidad pública, si eran los militares protestantes, que se distinguieron en las guerras de Alemania, de Francia y de Inglaterra, la comparacion carece de sentido, nada significa; pues que sacerdotes y guerreros, religiosos y tribunos, pertenecen á órden tan diferente, sus obras llevan un carácter tan diverso, que el parangon es imposible.

La justicia exigia, que tratándose de formar paralelos de esta naturaleza, no se tomasen los jesuitas por extremo de comparacion con los protestantes, á no ser que se hablase de los ministros reformados; y aun en este caso no hubiera sido del todo exacta, pues que en la gran contienda de las dos religiones, no se han encontrado solos

los jesuitas en la defensa del Catolicismo. Grandes prelados, santos sacerdotes, sabios eminentes, escritores de primer órden, ha tenido la Iglesia durante los tres últimos siglos, que sin embargo no pertenecieron á la compañía; esta fué uno de los principales atletas pero nó el único. Si se queria comparar el Protestantismo con el Catolicismo, á las naciones protestantes era menester oponerles las naciones católicas, con sacerdotes comparar otros sacerdotes, con sabios otros sabios, con políticos otros políticos, con guerreros otros guerreros; lo contrario es confundir monstruosamente los nombres y las cosas, y contar mas de lo que conviene con la poca inteligencia y extremada candidez de oyentes y lectores. A buen seguro, que siguiéndose el indicado método, no apareceria el Protestantismo tan brillante, tan superior, como pretendió mostrarle el publicista: ni en la pluma, ni en la espada, ni en la habilidad política, bien sabe Mr. Guizot que los católicos no ceden á los protestantes. Ahí está la historia, consultadla.

CAPÍTULO XLVII.

AL fijar la vista sobre el vasto é interesante cuadro que despliegan á nuestros ojos las comunidades religiosas, al recordar su orígen, sus varias formas, sus vicisitudes de pobreza y de riquezas, de abatimiento y de prosperidad, de enfriamiento y de fervor, de relajacion y de austeras reformas, al pensar en la influencia que bajo tantos aspectos han ejercido sobre la sociedad, hallándose esta en las situaciones mas diferentes, al verlas subsistir todavía, retoñando acá y acullá, á pesar de todos los esfuerzos de sus enemigos, pregúntase uno naturalmente: y ahora ¿cuál será su porvenir? en unas partes se han disminuido, como va cayendo un muro sordamente minado por el tiempo, en otras desaparecieron en un instante, como arboleda arrasada por el soplo del huracan; y además, á primera vista pudieran parecer condenadas sin apelacion por el espíritu del siglo. La entronizacion de la materia extendiendo por todas partes sus dominios, consintiendo apenas un instante de tiempo al espíritu para reco

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